Hubo un tiempo
fructífero.
Los naranjos florecían regalando la fruta madura,
los ríos regaban la
tierra prometida
y en el viento las
semillas navegaban germinando
en los campos sedientos
de nueva vida.
La contemplación se hacía presente,
el legado de nuestro universo,
el ser era uno fundiéndose en un mantra
donde se
proclamaba una nueva existencia
permaneciendo alerta y en calma.
Hubo un tiempo donde nos conocimos
y nos hicimos inseparables.
Hablábamos con las estrellas,
recogíamos la chispa
divina
en los corazones;
íbamos y veníamos con las mareas.
En qué momento se quebró …
En qué lugar dejamos
de coexistir…
En qué punto nos alejamos …
Yo era en ti y tú estabas en mí.
Cómo no echar de menos la unión
para la que fuimos creados,
Cómo no recordar el silencio
donde se oye con
claridad
las voces de nuestros ancestros.
Cómo no recordar…