sábado, octubre 03, 2009

colliches a miña man

Colliches a miña man.
Non me preguntaches nada.

Case amencía no meu corpo.

Onte, sen querer evitalo
abandoneime á túa presenza
enchida de tenrura.

Rocei o teu cabelo perfumado
e un intenso olor a violetas
volatilizouse no meu nariz.

Impregnou as miñas cordas vocais
e non puiden articular palabra.

Naquel intre, onde a conxugación
do verbo desexar agochábase
no iris dos meus ollos
notei un extraño paréntese.

Non dixemos nada,
pero a mín tremíanme as entrañas,
e a ti descubriate o silencio.


viernes, octubre 02, 2009

domingo, septiembre 27, 2009

Desde entonces no he dejado ni por un instante...

Desde entonces no he dejado ni por un instante de pensar en ella,
en su cuello esbelto, en la tirantez de su pelo recogido en una coleta produciendo un efecto de aire oriental a su cara.

No podía dormir, ni comer. El trabajo me desagradaba hasta tal extremo que decidí no volver por la oficina en un tiempo.
Soñaba despierto con sus ojos verdes, con el aleteo de su mirada haciéndome cosquillas en mis pensamientos.
No dormía, por la noche, con la luz tenue de una lámpara, veía películas orientales hasta la saciedad, películas de geishas ataviadas con sus kimonos coloridos.
Me perdía entre sus maquillajes de maiko, sus labios rojos y sus peinados decorados con peines y horquillas.
En todas ellas veía aquella figura de mujer sensual y seductora que encontré un día de lluvia en el parque “Las tres delicias”.
No sabía su nombre, ni si sus pies eran tan pequeños como las de aquellas artistas japonesas; pero sí sabía que su perfume olía a sándalo.

Recorrí los parques en busca de aquella mujer enigmática que embriagaba mis sentidos.
Fue en vano, aquel olor espiritual y afrodisíaco ponía en evidencia mi masculinidad.
Me sentía excitado a todas horas, a todas horas mordiéndome los labios de deseo, sentado en el sofá, imaginándome que la tenía entre mis rodillas, sentada, besándome suavemente el lóbulo de la oreja. Y era fantástico, porque por un instante recorría con mis dedos su cuello, la forma redondeada de sus pechos, la curvatura de sus caderas. Mi cuerpo se estremecía y comenzaba a despertar de su letargo.

Cambié de ciudad, ya no me atraían las mismas calles llenas de naranjos ahora en flor, porque ella se había volatilizado.
Sí, me fui un día de lluvia, un día de lluvia torrencial que hizo que me parase ante un escaparate para ver pasar todas y cada una de aquellas gotas de agua y guarecerme al mismo tiempo de su poder húmedo.

Alguien me tocó en el hombro.
Sabe que hora es ? -me preguntó.
Me giré.
La vi. Era ella, envuelta en un halo de incienso y endemoniadamente hermosa.
No pude articular palabra Ella esperaba mi contestación, pero yo ya estaba perdido en sus ojos.
Me sonrió, yo insinué también una sonrisa.
Allí, parados, en medio de la lluvia.